El secreto del cuerpo

El cielo empezaba a oscurecer mientras Lucero subía la gran escalera del cerro donde vivía para llegar hasta su casa. Cada peldaño era un ejercicio tonificante para sus piernas que tenía que soportar cada mañana para ir al trabajo y cada tarde para regresar.

Lucero subió el último escalón, empezó a recorrer la calle que lleva hasta su casa, se encontró con algunos vecinos, quienes habían sacado sus parrillas para vender abundantes plátanos y chicharrones a los transeúntes. Algunos la reconocían y otros continuaban en lo suyo sin parar.

Al final de la calle, en la única casa que no tenía acera, la muchacha se detuvo, saco sus llaves y abrió. Todo era lo mismo de siempre, soledad. Había estado allí sin amigos y sin familia por más de seis años. Es más, no había recibido visitas desde hace dos años. 

Al entrar a su sala, prendió la luz, dejó las llaves en una mesita e instantáneamente, como por inercia, prendió la televisión, una suerte de compañía humana para calmar su soledad. No encontró mejor opción que ir a buscar comida en la cocina pero al entrar sintió que algo había cambiado en casa, algo no era normal.

El resto de los cuartos estaban con las luces apagadas, no debía haber nadie allí dentro pero ella sentía que no estaba sola. Atemorizada, prendió la luz de la cocina y se asomó hasta el patio. La luna llena iluminaba cada rincón y no había nada extraño. Aún así, avanzó por el corredor a los dormitorios de la casa, en su habitación no había nada ni nadie. El baño estaba vacío y la lavandería también. 

No obstante, le faltaba revisar el dormitorio antiguo, un lugar que solo era abierto cada fin de semana para limpiar. Lucero temía encontrar un ladrón o un asesino, así que cogió una escoba con la mano derecha y abrió la puerta con la izquierda. No escuchó ningún ruido dentro pero sintió un escalofrío que le recorrió todo el cuerpo al ver una figura humana en el suelo e instantáneamente prendió el foco.

Como un reflejo, apuntó con la escoba hacia el frente y de repente, nada se movió hacia ella. Nada quiso atacarla. Entonces, aún con miedo, Lucero bajo los brazos lentamente hasta que lanzó un grito intermitente al ver lo que tenía delante de ella. En unos segundos quedó en shock por el susto con las manos tapándose la boca y colocándose temblorosa en el umbral de la puerta. 

Alguien había muerto en su casa, un hombre que nunca había visto en su vida estaba tirado en el suelo del cuarto que quedaba al costado del suyo.

- ¡Oh Dios mío! Esto no es cierto... ¿de dónde salió esto? No, madre mía. ¡¡Qué hago!!

Los pensamientos vinieron uno tras otro a su mente y no lograba calmarse. No encontraba solución. No sabía si tenerle más miedo al muerto o a lo que podría pensar la policía.

Continuará...

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