El secreto del cuerpo
El cielo empezaba a oscurecer mientras Lucero subía la gran escalera del cerro donde vivía para llegar hasta su casa. Cada peldaño era un ejercicio tonificante para sus piernas que tenía que soportar cada mañana para ir al trabajo y cada tarde para regresar. Lucero subió el último escalón, empezó a recorrer la calle que lleva hasta su casa, se encontró con algunos vecinos, quienes habían sacado sus parrillas para vender abundantes plátanos y chicharrones a los transeúntes. Algunos la reconocían y otros continuaban en lo suyo sin parar. Al final de la calle, en la única casa que no tenía acera, la muchacha se detuvo, saco sus llaves y abrió. Todo era lo mismo de siempre, soledad. Había estado allí sin amigos y sin familia por más de seis años. Es más, no había recibido visitas desde hace dos años. Al entrar a su sala, prendió la luz, dejó las llaves en una mesita e instantáneamente, como por inercia, prendió la televisión, una suerte de compañía humana para calmar su so...